Relato de un saltamontes (no tan pequeño): mi homenaje al profesor Emeterio Gómez

El 17 julio de 2014 se realizó la tertulia “La Sabiduría de Emeterio Gómez” organizada por Cedice y la librería Lugar Común, en Caracas. Fui invitada a exponer mi experiencia como la última estudiante que tuvo el honor de contar con su tutoría doctoral, antes del incidente que lo mantuvo distanciado, para siempre, de su prolífica vida como hombre de ideas. Hoy 20 de abril se cumple un año de la partida física del brillante economista y filósofo venezolano y me permito reproducir aqUÍ el texto que escribí y leí a los presentes en tan especial ocasión

Invitación a las tertulias que se realizaron en el 2014 sobre el pensamiento del Dr. Emeterio Gómez, estando aún en vida

Muy buenas noches queridos amigos, y público presente.

Gracias por sacar tiempo hoy jueves y acompañarnos un rato en este acogedor lugar.

Gracias a Cedice por invitarme a relatar mi experiencia con el profe, en esta cálida tertulia.


Días atrás tuve, finalmente, el cierre del largo y arduo camino del doctorado, y en medio de ese trajín, recibí la invitación de Fanny  a relatar mi historia con Emeterio, desde mi visión del profe, del tutor. Y es un honor para mí estar aquí compartiendo con Uds. ese espacio donde las vidas se cruzan para construir algo, especialmente, una amistad.

Entonces, estar aquí para mì se trata de comentar, esperando no aburrir, cómo se creó ese nexo entre el sensei y el pequeño saltamontes», tal como los dos personajes de la serie aquella…


Hace 10 anos entrevisté a Emeterio en ocasión del vigésimo aniversario de Cedice. Su testimonio era insumo imprescindible para escribir acerca de tan importante celebración.

Para ese entonces, él era un personaje a quien tenía un buen tiempo viendo en persona, como conferencista en los gremios empresariales y, por supuesto, en las charlas de Cedice. Cuando ingresé como participante del programa para estudiantes de Comunicación Social, aprendí rápidamente a asociar el nombre Emeterio Gómez con la figura de un notable economista. Era el polémico desertor de la izquierda que insistía en la necesidad de restituir las libertades económicas y atacar sin piedad a la inflación a través del control del gasto público y de la imprescindible reducción  del tamaño del Estado. 

Lo usual y familiar, era su contundencia y su firmeza. Tan intenso era el discurso que lo imaginaba como un señor muy serio, en extremo regañón y huraño.  Tenía un particular estilo de soltar o evidenciar realidades a la audiencia, como un mazazo sin anestesia posible. 


En esa entrevista mencionada líneas arriba, Emeterio me dijo cosas como “La tarea nuestra hoy es pegar un salto en el tipo planteamiento que se hace, revindicando la idea de economía de mercado, procesando  discusiones que nunca se hicieron, con un salto hacia delante: incorporar la dimensión ética”. Él enfatizaba e insistía en el tema de la moralidad como pilar para implantar efectivos paradigmas de evolución del sistema capitalista. 


Ya en ese momento, por distintos motivos y vivencias personales, académicas y profesionales, se mezclaban en mi cabeza un montón de reflexiones acerca de los empresarios, la responsabilidad social y los tiempos críticos que habíamos comenzado a vivir, en Venezuela y en el mundo.


Volvimos a coincidir en un taller de Cedice a propósito de su concepto sobre Responsabilidad Moral, y en medio de una conversación durante el coffee break, al escuchar mis inquietudes y reflexiones aseveró tajantemente «Oye tú deberías meterte de lleno en esas ideas y entrar al doctorado de Ciencias Sociales, en la UCV«. Aquello me hizo click pero a su vez, puso mis ojos  como los de un alpinista amateur frente a un tepuy.

Tal debió ser mi expresión que para suavizar el consejo asomó una opción menos tajante: inscribirme en sus seminarios sobre “Racionalidad y Religión”, en el doctorado pero bajo la modalidad de «Curso de Ampliación». Esa vía permitía una exploración iniciática a ese mundo, antes de tomar la decisión…    ¡Qué bueno es hacerle caso a un sabio…!!

La aventura del doctorado

Una cosa es escuchar a Emeterio en un foro público, en una entrevista en la televisión; y otra cosa es asistir a su clase. Seguro que varios de los presentes han tenido esa experiencia y saben a lo que me refiero. La intensidad de sus palabras crece exponencialmente al igual que la radicalidad de ciertos puntos de vista. Se enciende la clase y  se crea una atmósfera de rica discusión, muchas veces filosófica y existencial. Siempre bajo la guía de un Maestro. Cuando finalizaba, y según el nivel de profundidad que hubiera alcanzado el debate, uno salía del aula con la actividad neural acelerada y poniendo en  remojo ideas, creencias. Pero, muy especialmente, con ganas de conocer más, de buscar, leer, pensar y escribir. De excavar mucho más allá de la madriguera del conejo.

Como ejemplo de ello, un día de esos en que nos ponemos a mover papeles y libros, tropecé con mi cuaderno de apuntes exclusivos para las clases de Emeterio tanto en la UCV como en los cursos de la Fundación Valle de San Francisco. Noté la abundancia de gigantes “R” y “Q”, al margen de un párrafo o frase. Es un código personal, inspirado por el profe. Esas letras identifican una reflexión propia o una pregunta importante a resolver, impulsada por la dinámica de la clase. Creo que con esa práctica, sin darme cuenta, ya había comenzado a tener sentido uno de las frases mandatorias de Eme, recomendaciones que no están escritas en libro alguno: «hay que fajarse».

Lo comprendí, o más bien, capté el sentido que tenia para el profe cuando un día quedamos en reunirnos en una panadería para conversar acerca de mi ingreso formal al doctorado, y la posibilidad de su tutoría. Acudí sin sospechar su intención de someterme a una especie de “examen de admisión”. Supongo con su propósito fue probarme, no tanto por los conocimientos académicos, sino por mis reflexiones en torno a la responsabilidad social, la crisis venezolana,  y especialmente  la noción de Dios y cómo conectaba todo ello con mi propia vida.

En severo tono de advertencia me pintó lo arduo del proceso doctoral. Sería un largo y retador episodio que probaría a menudo mi capacidad y sentido del sacrificio. Implicaría mucha voluntad para poner mucho empeño y foco, solitariamente, a la lectura, la reflexión, la constante redacción de ensayos. Pero que además me haría encarar y evidenciar mi nivel de fortaleza ante los duros imprevistos e incidentes personales que, durante ese extenso camino, te pone la vida. Y así fue.

Pues bien, si el profe pensaba asustarme… lo que logró fue me hacerme sentir como Indiana Jones en “La Última cruzada”. Para los que no vieron o no recuerden esa película, en ella padre e hijo se juntan en la aventura de buscar el Santo Grial. Es una historia de desafío, humor, reflexión,  afecto, enseñanza, cuestionamiento, en tiempos de un orden social trastocado.

Como bien lo advirtió Emeterio el viaje hacia el doctorado implicó la inversión en muchas horas hombre (u horas mujer en mi caso) en lecturas para la discusión, cara a cara, y con el soporte de un ensayo. Por supuesto, la primera vez que entregué un texto al profesor Gómez para su revisión y crítica fue como una prueba de fuego. Tomas conciencia de estar frente a un hombre muy exigente. Él disecciona tu producción intelectual hasta dejarla en carne viva. Te devuelve tus páginas, con sus ideas en puño y letra regadas por los márgenes y reversos de cada hoja, y te sorprende con frases para “tomarte el pelo” o verter dosis de fino humor. Te insta a leerlo, tomar nota o que modifiques y profundices ideas. También resalta con grandes alabanzas lo que considera extraordinario o «crucial». Muchos dirán que eso de rayar los trabajos es típico de los académicos y es cierto, yo también lo soy  y he adoptado algo de ese estilo. Sin embargo, en este caso, cuando lees sus comentarios a tus textos o las notas a los libros que selecciona y fotocopia para tu obligatorio consumo, tomas consciencia de ser testigo privilegiado de la conversación que Emeterio establece, en un tono muy íntimo, con un autor o…  consigo mismo. Tan especial es que se escribiría un libro interesante a partir de todas estas notas al margen.

No es fácil ser guiado por un tutor como Emeterio. Es muy auténtico, sincero, incisivo, crudo. A muchas personas les pareció una locura que lo hubiese escogido para tal labor, porque así como ha tenido miles de seguidores, tampoco le faltan detractores. Fueron varios años de intercambio, los suficientes para autoidentificarme como un pequeño saltamontes  con el privilegio de un sensei. Se vive una relación de mutuo respeto y aceptación, muy en el concepto de alteridad o del otro como legítimo otro,  a la manera de Búber o Maturana. De cada comentario y conversación siempre había una idea, una reflexión. Más allá del contenido intelectual, la huella de Emeterio la imprime un espíritu noble, sensible, solidario. Pesa más la humildad y sencillez de pueblo nunca desprovista, por muchas calles y fronteras que haya transitado.

Al estar cerca de una persona pionera, contundente, atrevida, valiente y firme en sus ideas, trae consigo el gusanito del conocimiento y nuevas reflexiones. Incluso te lleva a la temeraria provocación de retar al sensei.

Uno empieza a caminar hacia otros autores o campos. En mi caso fue la neurociencia. Quería ver otra cara a los ejes conceptuales de la aventura doctoral, y me acerqué a la relación entre el cerebro y la ética. Allí Emeterio sacaba a pasear su carácter testarudo. Se resistía fuertemente al principio e incluso durante la revisión de la versión final de la tesis, aún me decía que era innecesario dedicarle tiempo a la discusión en torno al nexo entre conciencia, emociones, cerebro y moral. Pero, como buen sabio y caballero que es, respetó mi firmeza en mantener ese bloque temático.

Tiempo después entendí que no haberle hecho caso, contradictoriamente, fue otra de sus múltiples enseñanzas como tutor con sus exámenes invisibles. Esa determinación probó la capacidad para sostener una idea y sustentarla. Claro, allí no iba a quedarse el asunto y puso sus condiciones: El temita se quedaba en la tesis siempre y cuando escribiera, como epílogo, un capitulo o segmento para fijar posición acerca del determinismo biológico y la ética. 

El viaje finaliza con un producto llamado tesis, pero principalmente a llevarme a entender y evidenciar la conexión del empresario con el sentido y la trascendencia de la conciencia activa, tema central de sus libros Qué es lo humano y Responsabilidad Moral.

Desde un inicio mi interés fue ir al mundo de la vida e investigar la acción empresarial con los ojos puestos en el comerciante. Y lo encontré como un sujeto demasiado humano, que vive múltiples realidades y se debate entre ser ciudadano de a pie y el ser líder de su propio sistema social, o reino. Estudié y escarbé el tema a través del encuentro cercano con 8 sujetos que me abrieron una ventana a sus vidas. Conversar de ello con Emeterio fue enriquecedor, tanto como lo fue compartirlo con la profesora Ana María Rusque, quien fue una invitada permanente a esta aventura y a quien Eme delegó y confió la tutoría metodológica, además de mostrarle un gran respeto  como colega y como persona.

Aquí hablé del profesor, para no excederme en el tiempo, sin dejar de comentar que la vivencia fue integral y, decir que he tenido el honor y placer experimentar la calidez y el afecto del hogar de Emeterio y Fanny.

Finalmente, cual examen final concluyo mi participación en esta tertulia en Homenaje a Emeterio Gómez, con una pregunta: ¿Qué es lo humano? Tal vez se trata de crear, decidir, vivir. Pero ese es el tema de la próxima sesión, donde se hablará de Steve Jobs en su complejidad como creador, aún cuando fuera polémico por su forma de actuar.

Así que, tal como el poema de Gustavo Adolfo Bécquer, en el que pregunta ¿Qué es poesía? Si el profe Emeterio pregunta, ¿Qué es lo humano? Yo diría, ¿y tú me lo preguntas? Lo humano eres tú.              

Xiomara Y. Zambrano

Caracas, 17 julio de 2014

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