La semilla de una empresa: el emprendedor

Algunos los llaman héroes, cuando suelen hacer frente y encaran con éxito la adversidad extrema. Otros los llaman soñadores que logran la alquimia necesaria para hacer que las cosas sucedan, incluyendo la ganancia. Tras la historia de una empresa, hay un ser protagónico llamado con insistencia, hoy en día, emprendedor

Hablar de empresa es hablar del resultado tangible de organizar procesos y recursos, conjuntamente con la articulación de personas. Se trata de un sistema de producción con identidad y con propósitos definidos, con expectativas de ganancias, de acumulación de capital y de sostenimiento de sus operaciones en el mediano y largo plazo.

Y nada de ello sería posible de no existir la figura del emprendedor, de ese ser humano con sentido de empresarialidad. Un empresario es un emprendedor (y no necesariamente al contrario,  porque hay distintos tipos de emprendedores, fuera del contexto económico).

La empresarialidad, vista como vocación, es intrínseca al individuo que emprende un negocio. Implica la convergencia de talento y de motivación al disfrute y sentido del logro, de satisfacción por los resultados de la movilización de energías.

Capitalista o agente de cambio?

Los expertos en el tema suelen situar en el siglo XIX al economista Jean Baptiste Say, quien bajo la influencia de Adam Smith, David Ricardo y John Stuart Mill[1]y su propia experiencia, desarrolló los conceptos clave que distinguen a un empresario y que posteriormente fueron tomados por Joseph Schumpeter (1912) en su Teoría del Desenvolvimiento Económico, en la cual se explica la relevancia del emprendimiento, como hecho fundamentado en la innovación y el aprovechamiento de las oportunidades, tomando en cuenta que el significado de la actividad económica es la satisfacción de necesidades. Y frente a estas, el indisoluble efecto de la utilidad marginal en su rol de coeficiente de selección. Para este autor la racionalidad es parte del hecho económico. Es imprescindible en el individuo tanto la capacidad de encarar las pérdidas y ganancias, como la capacidad de adaptación ante los cambios espontáneos de los datos a los cuales se había acostumbrado. Y ello no ocurre en corto tiempo. De modo que, saber ver el mundo natural y social es un factor relevante porque “el éxito de todo depende de la intuición, de la capacidad de ver las cosas en forma que posteriormente se compruebe que era cierta”. La ejecución de esa acción es propiedad del empresario, a quien el autor diferencia del capitalista por su rol de impulsor. Es él quien crea, agrega valor con su conocimiento y su capacidad de diseño, de elección y de estrategia. La posesión del dinero no adjudica la condición de empresario. Para Schumpeter el empresario es “el portavoz del mecanismo de cambio”, y éste es entendido como: la producción de un nuevo bien, la introducción de un nuevo método de producción, la apertura de un nuevo mercado, la conquista de una nueva fuente de aprovisionamiento y la creación de una nueva organización. El cambio implica reacción, adversión. El empresario requiere capacidad para manejar la resistencia social a lo nuevo y liderar eficazmente el proceso. Desde el punto de vista subjetivo, este autor indica que el empresario se caracteriza por fundar un reino privado. Ese espacio y su desempeño en él, le suministran sensaciones como poder, independencia, gozo en la aventura, victoria, placer por el esfuerzo y el movimiento de energía interior implicada, además de reconocimiento social.

steve-jobs---mini-biography.jpg_1734428432El empresario, a diferencia de otros actores sociales, es una persona -hombre o mujer- que realiza o motoriza innovaciones, ejecutando acciones diferentes, configurando nuevas realidades. Ve lo que muchos aún no ven. Otros autores como Timmons, Hornaday y Hisrich identifican atributos en esa figura como “tenacidad, capacidad para tolerar la ambigüedad, buena utilización y asignación de los recursos, toma moderada de riesgos, imaginación y orientado hacia los resultados”. Otros rasgos en torno a las competencias personales y sociales del empresario también han sido son mencionados por investigadores del tema, para diferenciarlo de los gerentes: soñadores-realistas, líderes, establecimiento de redes y relaciones personales con los trabajadores, control de la gente que los rodea, patrones propios por aprendizaje, experiencia en el negocio, diferenciación, intuición, compromiso, gran capacidad de trabajo y un modelo empresarial en su socialización.

Un sujeto de acción, creatividad e influencia

En la perspectiva de Israel Kirzner (1990), el rasgo de empresarialidad es asociado a lo activo, lo creativo, de agenciar movimiento versus serena espera, más que la propiedad de recursos: “La decisión humana no se puede explicar puramente en términos de maximización, de una reacción ‘pasiva’ que toma la forma de adoptar el ‘mejor’ curso de acción, según lo marcan las circunstancias”. Precisamente, si algo diferencia al empresario del propietario del capital es su habilidad para manejarse ante la incertidumbre, por lo que la propiedad de los recursos no transformados no conduce necesariamente a la calificación de empresario.

Kirzner hace alusión al planteamiento de Von Mises sobre la acción humana y su concepto de homo agens enfocada en los fines y los medios. Le agrega el concepto de elemento empresarial en la acción individual humana, e indica que la empresarialidad supone en el individuo la perspicacia, la capacidad personal para la toma de decisiones, el ser intuitivo y asertivo con la detección y aprovechamiento de oportunidades. Lleva consigo un aprendizaje continuo, como resultado de un proceso de experiencia. “Es este elemento empresarial el que hace que la acción humana sea algo activo, creador y humano, en vez de algo pasivo, automático y mecánico”. Hay además destrezas como saber captar el conocimiento, innovar tecnológicamente y canalizarlos para capitalizar, generar y multiplicar beneficios. Los errores pudieran estar presentes en lo referente a costos de oportunidad y cálculos de beneficios, pero esto conlleva también un aprendizaje. 

Adicionalmente, la acción especulativa es fundamental en la empresarialidad, desde la visión de anticipación en los posibles beneficios de las oportunidades que otros no han visto o detectado. Esta conceptualización de Kirzner sobre el sentido de la empresarialidad hace hincapié en la esfera racional del individuo y el proceso de toma de decisiones como “una secuencia lógicamente unificada”, en la que cada decisión estaría influenciada por el aprendizaje adquirido tras decisiones previas, pero lo crucial es que previa a la acción de decidir, la persona  se caracterice por la capacidad de visión y descubrimiento de oportunidades. “La empresarialidad no consiste en hacerse con un billete de diez dólares que de pronto se descubre en la mano; consiste en darse cuenta de que está a nuestro alcance y de que lo podemos atrapar”. Es decir, en la empresarialidad es intrínseca la existencia de un emprendedor, con el conocimiento para hacer factible la materialización de la visión o sueño inicial derivado además de la cualidad de olfato y precisión de oportunidades y cómo estructurar un método y una forma.

Para Francisco Dolabela, autor brasilero experto en la materia, el emprendedor es socal en tanto concibe otras formas de generar y distribuir riquezas.  Su acción adquiere un sentido de riqueza compartida, en la que caben los otros; siendo el emprendimiento innovación en distintos campos de desempeño.

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Un emprendedor dibuja su propio mapa del mundo para crear nuevas realidades

En este mismo sentido, el profesor Emeterio Gómez resalta el ámbito racional en la empresarialidad al decir que “el sujeto establece el fin y también, en alguna medida, puede influir sobre los medios”. El hombre, mediante la racionalidad, puede imponerse a las restricciones extraeconómicas e influir en los medios para alcanzar sus metas. “La ética y la política, son características y dimensiones que lo definen en forma más apropiada que lo que puede hacerlo la figura abstracta del homo economicus”. Este planteamiento trasciende el ámbito economicista al proponer la necesidad de racionalidad global en el empresario y una posición ética que trascienda la determinación económica. “El desconocimiento de las consecuencias en la sociedad de su actuar, o el argumento de proteger su patrimonio, ha hecho que el empresario mantuviera posiciones que agudizan desequilibrios que en el trascurso del tiempo representarían pérdidas”. La atención al aspecto microeconómico es tan esencial y lo ideal es que el equilibrio en lo microeconómico vaya en paralelo con las libertades individuales, pero nunca a costa de las mismas. Estas ideas han seguido siendo parte crucial en las reflexiones de Gómez (2009) en cuanto a la discusión acerca del empresariado en Venezuela, identificando un sentido para el “espíritu empresarial” alineado con las circunstancias que signan el acontecer actual. Para el autor se trata del “¡alma individual de los empresarios! la fuerza moral, la dimensión ética que cada uno de ellos logre desarrollar ante la amenaza cierta de destrucción de sus empresas”. Su noción sobre Conciencia Activa hace referencia directa al impacto del ser humano, desde el campo de la Economía, como creador y potenciador de realidades, sean cuales sean. Más que homo economicus, el individuo como actor empresarial es homo agens con sentido moral. Y esto hace del emprendedor un ser humano cuya obra lleva implícito un sentido, un propósito.

El factor contexto

Además de la existencia del factor humano con sentido de empresarialidad es también esencial, para la creación de empresas, el contexto cuya plataforma permita que la siembra tenga perspectivas de cosecha. En primer lugar, un ambiente de reconocimiento y fomento a la propiedad privada, entendida desde su desarrollo primigenio, tal  y como lo formula Pipes. Este autor explica que el deseo de adquirir ha movido a la humanidad desde sus inicios y ha sido un factor para cambios en las sociedades, especialmente la organización humana y en consecuencia, de la creación de instituciones y reglas claras. Afirma que “las sociedades que proporcionan garantías sólidas a los derechos de propiedad son las que tienen más probabilidades de desarrollo económico”.

Haciendo referencia a la evolución del deseo de posesión, incluso con argumentos derivados de la socio-biología, tiene sentido la importancia de la territorialidad  y de la posesión, desmitificando la connotación negativa de ésta última y resituándola en el contexto de la necesidad de autoconservación del ser humano. No es el tener y el beneficio económico lo que induce a la necesidad de establecer y defender la propiedad, sino además factores  de índole emocional, de índole psicológica y hasta política. En ciertos estadios de la historia el tener o no propiedad sobre la tierra otorgaba un mayor o menor derecho al ejercicio de la ciudadanía, especialmente en la participación de la toma de decisiones de impacto en el colectivo. Con el florecimiento del comercio ésta última cualidad de la propiedad se fue modificando, al lograr el reconocimiento y legitimación de otras formas de propiedad, más allá del concepto territorial. Y eso condujo al desencadenamiento de procesos de identificación de libertades: políticas, personales, económicas y legales. Todo ello conduce a conformar un tejido social que refuerza el sentido de la autonomía, la autosuficiencia, y que al fin y al cabo es el motor central para el surgimiento de las empresas.

Las empresas, hijas predilectas de los emprendedores, son sistemas organizados que al fortalecer su autonomía se incorporan activa y multidimensionalmente a la sociedad, participando y proponiendo mejoras y transformaciones. Es lo que llamamos hoy negocios con sentido, bajo el liderazgo y la visión del emprendedor.

[1] De acuerdo a Say, “el empresario cambia los recursos económicos de un área menor hacia una zona de mayor productividad y mayor rendimiento” con lo cual “crea valor” (citado por Dees, 1998)

 

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