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** La confusión entre cumplimiento de la ley y el libre acto solidario, desinteresado, a favor del prójimo, es usual al hablar de Responsabilidad Social. Se es “buen prójimo” porque así lo predican las religiones y lo dictan las regulaciones formales, o también porque conviene adoptar esa actitud y mostrarla al mundo. No hay un motivo específico para adicionar dosis de responsabilidad social a las estrategias de una organización empresarial. Lo interesante es entrar, sin reparos, en el campo y tomar decisiones en la perspectiva a adoptar para convertirla en prácticas coherentes entre sí, con sentido de sustentabilidad y transversalidad social. 

La Responsabilidad Social (RS) es un término que abarca el diálogo interdisciplinario y reviste una dualidad táctica-estratégica para las organizaciones y los sujetos involucrados. Desde una perspectiva sistémica y orgánica representa un paradigma emergente, especialmente en la gestión de los negocios, y adopta la denominación Responsabilidad Social Empresarial (RSE), con una orientación integradora de la tradicional dimensión económica/rentista con la dimensión social, ética y ambiental. Implica la visión de la empresa como un organismo viviente, en pugna por su evolución y supervivencia dentro de un entorno signado por múltiples realidades. Esa perspectiva es válida para otras organizaciones (con o sin propósitos de lucro), al coincidir en la necesidad de adoptar modelos gerenciales que aporten significativamente a la continuidad y crecimiento de su operación. La responsabilidad social, vista como modelo central o auxiliar para la gestión estratégica institucional, se asume como un factor facilitador para dicha autopoiesis organizacional.

Hay multiplicidad de variantes, enfoques y disciplinas co-existentes en su conceptualización, sin llegar a establecerse una “Teoría de la Responsabilidad Social”, pero que convergen en un espacio temático en el ámbito de las organizaciones –fundamentalmente empresariales– en su dimensión social incluyendo su sentido del deber ser, del buen actuar y el bien común. La mayor parte de las corrientes  prefieren hablar de “Responsabilidad Corporativa”, “Ciudadanía Corporativa” o “Desarrollo Sostenible” (o sustentable),  y más recientemente, “Progreso Social”.

Consecuencia o no de la postguerra y de los replanteamientos que paulatinamente se comenzaron a ventilar tras las extremas agresiones –masivas o individuales– al ser humano y por el ser humano, la Responsabilidad Social tuvo lugar a principios de los años 50. Ocurrió en el contexto de la Ética de los Negocios[1] Sin embargo, la práctica del patrocinio y del apoyo a terceros es tan antigua como la humanidad, con referencias visibles en Grecia, mediante la práctica del mecenazgo.

La evolución de las teorías de las ciencias sociales y la comunicación, han impulsado transformaciones en la praxis de las organizaciones, especialmente los negocios, en su dimensión social y humanística. La intención común en los impulsadores de la responsabilidad social es trascender la dádiva y el mecenazgo para establecer avanzadas formas de interacción con los públicos de la organización, tanto externos como internos. En casos de alto desarrollo en este ámbito se observa la conceptualización e internalización de una filosofía corporativa sustentada en la voluntad de generar valor agregado a la sociedad, con permanencia en el tiempo, tal como lo es la senda “kyosei” de la empresa Canon (Kaku, 2006). En esta filosofía corporativa en la organización ha permeado un espíritu de retribución a la sociedad, que trasciende su eficiencia financiera y la calidad de sus productos. Este planteamiento involucra diferenciar dimensiones como la derivada de la función económica (producción, empleo, crecimiento económico, por ejemplo); la atención al cambio de valores y prioridades sociales como la conservación del medio ambiente, las relaciones laborales, información a los consumidores; y las acciones de cambio social en atención a problemáticas del entorno, especialmente la pobreza. Las demandas sociales a su vez varían según los contextos y los tiempos, así como la forma en que las empresas entienden su compromiso y su rol de ciudadanos corporativos. Además la necesidad de hacer más viables los procesos, permiten la creación de sistemas de monitoreo y medición.

El papel de los actores sociales y las organizaciones asumidas como, por ejemplo, la empresa,  asumida como ente con vida propia que interactúa con otros teniendo como plataforma el sentido económico de la acción, es lo que caracteriza esa perspectiva de la RS. Las estrategias en responsabilidad social abarcan el dar, enseñar y aprender, o el cooperar. Sea cual sea la (o las) vertiente(s) de la RS que seleccionen y muestren las empresas latinoamericanas, ha ido creciendo el interés por entender que la supervivencia de las mismas amerita una profunda reflexión ética. En su proceso de establecer una filosofía, y un modelo propio de gestión de la RSE, las empresas cuentan con diferentes enfoques y propuestas e iniciaron un proceso de unificación de visión a partir de las “Metas del Milenio”, establecidas por las Naciones Unidas (PNUD) o con propuestas como el modelo de gestión “United Nations Global Compact” y el “Libro Verde” de la Unión Europea.  El avance en la necesidad de escucha e integración de las necesidades entre Estado, empresa y sociedad civil allanó el camino para la evolución hacia los Objetivos de Desarrollo Sostenible 2015-2030 y el Índice de Progreso Social [2].

La responsabilidad social como concepto

Una definición bastante aceptada y validada es la que proviene del “Libro Verde” elaborado por la Unión Europea (2001) y que dice: “La responsabilidad social de las empresas es, esencialmente, un concepto con arreglo al cual las empresas deciden voluntariamente contribuir al logro de una sociedad mejor y un medio ambiente más limpio”.

La segunda definición pertenece a la socióloga venezolana Charo Méndez (2003), quien expone que la Responsabilidad Social Empresarial hace énfasis en lo estratégico; así como en la gestión de relaciones y ganancias equilibradas, justas y recíprocas, con compromiso ante la sociedad. Es una orientación conectada con la Teoría de los Stakeholders divulgada por Edward Richard Freeman en 1984, que los define como “cualquier grupo o individuo que puede afectar o ser afectado por la consecución de los objetivos de una empresa” (Freemann citado por Argandoña, 1998) tales como trabajadores, comunidad, proveedores, gobierno, sociedad, gerentes, propietarios, entre otros. Una tesis extendida es la de Rosabeth Moss Kanter (1995) sobre la coordinación inter-sectorial para la revitalización de las ciudades, con sus posteriores adaptaciones o integración en proposiciones en el ámbito del diálogo social. En ese campo integrador de estrategias organizacionales e interconexión social, es relevante la metodología para la construcción del alineamiento entre actores sociales (Austin y Reficco, 2005) a partir de sus valores, estrategias y misiones. Esta encauza la discusión hacia la colaboración intersectorial, con una necesaria combinación de  amplitud y profundidad en las iniciativas y vínculos, que representa una variante en la aplicación del principio de Gregory Bateson sobre la necesaria búsqueda de la pauta que subyace y conecta a los miembros de un sistema. Se evidencia y hace presente la comunicación al subyacer la necesidad de intercambio, el relacionamiento, la mediación, en los procesos requeridos para la creación de confianza, el entendimiento y la acción coincidente, afin.

La teoría “Creación de Valor Compartido” (Creating Shared Value) de Michael Porter y Mark Kramer (2011) pretende ser, según sus autores, la evolución de responsabilidad social y el desarrollo sostenible, al resituar el sentido de ser de las empresas y enfatizar en la integración de los agentes que intervienen en el circuito productivo. Tal modelo coincide con el concepto “kyosei” de Kaku, acerca de la creación de valor con una perspectiva de proximidad e imbricación con otros actores sociales. Se manifiesta un sentido de aporte a la sociedad a través de lo que se hace y una visión de evolucionismo y trascendencia corporativa.

 

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El nexo con la comunidad, desde el concepto de ser «buen vecino» es uno de los ejes de acción más recurrentes en la RSE,

En Venezuela los profesores Víctor Guédez (2006) y Emeterio Gómez (2005 distinguen a la eticidad y la noción de Responsabilidad Moral como algo necesario e implícito en una empresa, incluyendo los individuos que la constituyen ¨El rasgo específico que distingue RME de la RSE es que la conducta moral sólo aparece cuando está de  por medio un esfuerzo, costo, sacrificio o reducción de la ganancia¨ (p.42). El eje moral  es el sentido último del quehacer empresarial, como un deber ser intrínseco a su rol de agente de cambio –y desarrollo– social desde la dimensión económica.

Lo anterior se inserta en la dimensión transformacional de la Responsabilidad Social. Las organizaciones –compuestas y lideradas por personas–, consciente y determinadamente exploran su misión y visión con la intención de dar cuenta a la sociedad de lo que puede retribuirle, a partir del sentido o justificación de su existencia, inician un proceso de revisión y probable transformación de su ser organizacional. Esto repercute en cambios estratégicos, estructurales, culturales y procedimentales, incluyendo la revisión o consolidación de su identidad, y sobre todo, en modificaciones sustanciales en la interconexión de la organización con la sociedad, y en la co-creación de nuevas realidades con sus públicos.

Otros autores han seguido –y probablemente seguirán– proponiendo definiciones y delimitaciones para la responsabilidad social, con variantes de las ideas centrales y situándolas entre dos extremos: pragmatismo gerencial-reflexión humanista. En líneas generales los temas que componen a la responsabilidad social involucran el constructivismo en la comunión social (acuerdos, alianzas y pactos para la formulación y viabilidad de un proyecto societal entre actores y organizaciones); redimensionamiento de la empresarialidad: emprendimiento social  y el mercadeo social; sistemas integrados de gestión para la productividad y la cualificación confiable (normativización, evaluación y estandarización mediante indicadores) comunicación y documentación. Hay también un pensamiento pro-legado generacional (ecoeficiencia) influido por el Principio de Responsabilidad del pensador  Hans Jonas (1995) con prácticas concretas; y finalmente, el cultivo de la ética y el desarrollo humano.

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Más allá de la precedente breve revisión del término, en su trayectoria y vertientes, el concepto que definimos para la RSE es acto voluntario, consciente y estratégico de una empresa, materializado en prácticas y fundamentalmente a través de la intersubjetividad, cuya consecuencia última es la trascendencia en el tiempo, con base a un esquema de ganancia compartida y de correspondencia ética con la sociedad. Visto así, este planteamiento involucra un alto contenido de espiritualidad, cuyo punto de partida es  el individuo activamente consciente de su obrar y de sus lazos de implicación como participante de un sistema. La responsabilidad social combina elementos de subjetividad –incluyendo el sentido del emprendimiento, autonomía, auto-comprensión y conciencia de sí–, de estrategia, y de elaboración de posturas para el ejercicio de roles y funciones sociales, más allá del liderazgo y ejercicio del poder. En esto último, es notoria la diferencia en las perspectivas y significatividad de la acción social y la ética empresarial, entre el desempeño de los individuos que ocupan los puestos de mando en una empresa (bajo un significativo acuerdo contractual) y el comportamiento del fundador-director de un negocio. El nivel del compromiso afectivo con la trascendencia del negocio es sustancialmente distinto en ambos casos, y ello influye en la relevancia que adquiere la gestión organizacional.

 

El papel de los actores sociales y las organizaciones asumidas como, por ejemplo, la empresa,  asumida como ente con vida propia que interactúa con otros teniendo como plataforma el sentido económico de la acción, es lo que caracteriza esa perspectiva de la RSE.

[1] Existen diferencias de opinión en cuanto al nacimiento del término, que incluye precedentes en Estados Unidos desde finales del siglo XIX con la actitud de los dueños de grandes fortunas hacia la caridad y la filantropía. Lo cual se hizo más visible en los años 50 con la obra de Lozano, la discusión sobre el rol de las empresas a partir de las  ideas de Milton Friedman, aunada a la creación de incentivos tributarios para la caridad. Poco después se inició una corriente en el mundo de los negocios con la actitud manifiesta de empresarios como Thomas  Watson y David Rockefeller. En la misma época se comenzó a sentir la influencia de la ciudadanía con cuestionamientos hacia las empresas involucradas en la Guerra de Vietnam y otros conflictos de índole político y social como el Apartheid.

[2] El Progreso Social fue definido por los autores de dicho Índice como la capacidad de una sociedad para satisfacer las necesidades humanas básicas de sus ciudadanos, establecer las bases sólidas que permitan a los ciudadanos mejorar su calidad de vida, y crear las condiciones que permitan que todos los individuos y comunidades alcancen su máximo potencial (Green, 2014). Se sustenta en un modelo que pretende trascender el PIB como medida de desarrollo y se estructura en tres grandes componentes: necesidades humanas básicas, fundamentos para el bienestar y oportunidades. Fue concebido para ser aplicado inicialmente a los países, aunque se ha ido extendiendo como base para medir el progreso de territorios menores, especialmente ciudades, y en consecuencia, orientar las estrategias, planes y políticas públicas a seguir.

 

 

 

7 respuestas a “¿De qué hablamos cuando decimos RSE?”

  1. […] para el logro de objetivos comunes. Las alianzas, en cualquiera de los temas característicos de la Responsabilidad Social, se avizoran además como el camino para fomentar o redimensionar el concepto de comunidades a […]

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